A
principios de la última década del siglo XX, en la puerta
norte de una mínima, y además disminuida, localidad de
la provincia de Burgos, a una jornada de las de a pie, de la capital,
se fundó con artimañas un pequeño prostitutorio,
para principalmente ofrecer en ruta traficadas y desvalidas hembras
al capricho de desaprensivos conductores de vehículos pesados.
Bien pronto, el pedazo de suelo municipal invadido empezó a
sufrir una crudopatía que lo dejaría al correr de los
años estéril e inhabitable. Avanza ya la primera década
del nuevo milenio, y en la tenebrosa casa de licencia así como
en el espacio esquilmado continúan machos royendo hasta el hueso
ferozmente carne y tierra especuladas. Durante cerca de veinte años,
dos mil metros cuadrados de pueblo llevan perteneciendo a lo inhumano.
Mas a partir del año 6 del siglo nuevo un grupo de vecinos, agotados
los procedimientos burocráticos, comienza decididamente a conjurar
por medio de fórmulas creativas la detestable política
de tolerancia y premio con que el indigno cabildo, y otras instancias
administrativas, cuidan el fétido prostitutorio, y a exigir la
inmediata revocación del oprobio que asola al pueblo.
Fue entonces cuando los Navegantes del Palomar comenzamos a re-imaginar
y dar campo plástico al Lugar Crudo, para iluminar —y vencer
acaso—, las circunstancias de inmolación e invisibilidad
social en que nos encontramos (aunque sufriendo distinto grado de crueldad
y agresión), las mujeres prostituidas, las vecinas y vecinos
de la aldea polvorienta y la propia tierra que habitamos.
Un gran pozo negro preside la instalación. En los laterales de
su brocal las tres escuetas preguntas críticas de Kant: "¿qué
puedo saber?”, “¿qué debo hacer?”, “¿qué
me es permitido esperar?” van a recibir unas heterodoxas e inesperadas
respuestas:
A la primera, “¿qué puedo saber?”, contesta
Lewis Carroll desde Alicia en el país de las maravillas:
-¿Querría usted indicarme qué camino debo tomar
para salir de aquí?
-Eso depende en gran medida del lugar a donde quiera ir -respondió
el gato.
- No me preocupa mayormente el lugar... -dijo Alicia.
-En ese caso poco importa el camino -declaró el gato.
-...con tal de llegar a alguna parte -añdió Alicia a modo
de explicación.
-¡Oh! -dijo el gato-. Puede usted estar segura de llegar
si camina durante un tiempo lo suficientemente largo.”
A la segunda, “¿qué debo hacer?”, replica
Ferrán Sevilla mediante un texto dibujado en la superficie del
cuadro Pariso 61:
UTILICEZLECRIETLECHARME
ÇADONNEDESBONS xRESULTATS
A la tercera, “¿qué me es permitido esperar?”,
responde André Gide:
La abuela tejía medias: era la única ocupación
que le conocí: tejía durante todo el día, a la
manera de un insecto; pero como se levantaba con frecuencia para ir
a ver lo que hacía Rose en la cocina, perdía la media
en algún mueble y creo que nadie la vio jamás acabar una.
Había medias comenzadas en todos los cajones.
De las tres respuestas, dos al menos niegan la discursividad lógica.
Y a este razonable proceder, precisamente, es a donde quiere llegar
el proyecto visual que proponemos: ¿Es posible enfrentarse a
un burdel y sus oscuras redes adoptando los consejos y actitudes urgentes
que sugieren Carroll, Lear, Jarry, Gertrude Stein, Hausmman, Tzara,
Groucho Marx, Breton, Ionesco, Fregoli, Brossa, Arrabal, por ejemplo
y al buen tuntún, y soltando por doquier sacos de incontrolables
snarks y macguffins? Ítem, ¿es posible marearlo y rematarlo
a base de embestidas a lo Rebecca Horn, cuyo padre cuando era niña
le contaba cuentos de brujas, duendes y dragones que le produjeron una
ansiedad crónica, a lo Katharina Sieeverding, a lo Rosemarie
Trockel, a lo Valie Sport?
La presente exposición se presenta, pues, como el desarrollo
de una hipótesis de trabajo, y de modo urgente la propone y abre
a la ciudad de Burgos, testando también la eficacia de una de
las piezas de la exposición del Teatro Calderón que dio
excelentes resultados en Valladolid, la Blocteca, cuyos breves mil catorce
volúmenes, con las hojas en blanco al empezar la muestra, encuadernados
con el cartón desnudo de los rollos de papel higiénico,
se proponen al público para que, a modo de minúsculas
pizarras de Beuys, nos explique sin ambages, familiarmente, arte intuitivo
para aplicarlo, en este caso, al alivio y desinfección de lugares
crudos.
La Blocteca, demás de ser un ombligo de diálogo permanente
mientras dura la exposición y aún luego, en la sala hará
de umbral para la parte final de la propuesta, donde se ubican piezas
de inventiva vecinal, de arte austero, simple e indiferente ante el
poder, y cuya fuerza de convicción radica en lo sencillo, lo
imperfecto e inacabado, lo pobre e irregular como superior a lo refinado,
perfecto y simétrico.
Siendo esencia indeclinable de la exposición que no se vea con
una actitud única de contemplación estética, los
Navegantes del Palomar nos incluimos en ella, como ruedas de su mecanismo,
para ir tejiendo medias y dejarlas empezadas por todos los rincones,
para cooperar en que, durante el tiempo de permanencia de lo instalado,
se celebre continuamente al pie una fiesta y feria de comunicación
y de inventiva urgente; y nos incluimos también como notarios
que levantan acta de todos los Lugares Crudos que el cálido
público sugiera como casos o espacios de emergencia; yacimientos
donde poner a prueba las soluciones y efectos de lo que hemos dado en
llamar ARTE URGENTE, realizado por una buena basca.Los Navegantes del
Palomar
Mercedes Gutiérrez y Rafael Torres (o Milafina & Zarrazarrias
o “Navegantes del Palomar”) formaron equipo en el año
1997 para promover y producir procesos de plástica social y nómada,
y desde entonces, concibiendo el arte como las maniobras ordinarias
de la vida (observar, juntar, separar, plegar, limpiar, barrer, elevar,
sumergir, fregar...), organizadas visualmente en lugar de para la utilidad,
para la emoción, se desplazan de un lugar a otro provocando acciones
y desarrollando ejemplos de estética del trabajo cooperativo,
estética de la prevención, estética de la salud,
estética práctica.
Ambulantes en extremo, acuden desde el mareante palomar (palo/mar) situado
entre Valladolid y Burgos, donde tienen el pósito, a cualquier
geografía con sus petates, bultos y líos; y como zabarceras
ofrecen por menudo los frutos de un arte jugoso desde el estribo
mismo de su viejo vehículo de fatigados caballetes de vapor.
Milafina & Zarrazarrias, dentro de las corrientes de un “arte
de mitología personal”, donde laten continuos procesos
de agitación del pensamiento y sobresale una amplia carga
testimonial, desvarían un volapuk, un esperanto visual que, al
modo del ideado por Zamenhof para el habla, sirviera en este caso de
lengua plástica universal; se chalan inventando psicoductos para
el paso del espíritu y arteductos para la salida del arte
y se guillan urdiendo estropajos, consolidando asperones y rastreando
ensalmos que lo desadonicen.
contacto: ellugarcrudo@gmail.com